El clima chileno: la balada de Concepción
4/Marzo/2023
Voy a cometer un error. Voy a hacerlo a propósito…
(El clima hoy es frío. Los niños nacidos hoy jamás conocerán el calor. Esta tristeza meteorológica viene como un calambre: vas caminando y sientes una especie de espasmo; te invade el cuerpo y de inmediato el mismo cuerpo te deja saber que algo no está bien. Si bien su llegada es igual de inesperada, me ha durado más de lo que puedo admitirme y cada vez es más frecuente. ¿Qué se come para evitar caer rendido a llorar todas las noches? ¿Qué se amputa? …)
Todo es gris. Pero no tiene la capa gris que acobija las noches de Lima, por ejemplo. Es mas bien el tipo de gris que se impregna en las paredes y me da la impresión de que la gente que se siente a gusto estando triste estaría cómoda en una neblina indefinida como esta, a pesar de que si te alejas un poquito del centro hacia la costa se presenta una capa densa de olor a pescado que no se quita de la piel o del pelo con facilidad.
Hay un astillero que observa buques pesqueros antiguos deshacerse, que los disecciona poco a poco o va vendiendo lo que quedó de ellos según lo que se necesite. Divago siempre que lo veo porque tengo tiempo. Una hora entre Concepción y Coronel. Te he recordado mucho, honestamente, mientras voy ida y vuelta al trabajo en una pesquera. Ya lo decía mi abuela: “si te duele el corazón es porque no tienes nada que hacer”. Y es que en este auto de poca monta, subiendo y bajando por puentes ficticios, con el siempre presente poder del mar, bajo tantas y tantas capas de aburrimiento de lunes a viernes, en verdad tengo mucho tiempo libre en esos trayectos. En efecto, nada que hacer. Te extraño mucho cuando estoy desocupado.
El olor a pescado se te queda en los huesos e incomoda bastante pensar que tal vez nunca salga del todo.
Te mentí en mi último mensaje cuando te decía que era feliz. No lo soy. Pero ahora mismo no puedo recordar por qué. Siempre lo averiguo en algún momento de la noche, cuando despierto empapado de la humedad que arroja el mar chileno y del rocío que se cuela por la ventana. Había atravesado un año completo sin invierno, huyéndole de un extremo al otro de los meridianos y esta vez me ha atrapado con bastante crudeza. Sé que algo en mí que tiene claro la razón de mi tristeza porque despierto con la erosión que dejan las lagrimas sobre mis mejillas. Yo, como las rocas sobre las que construyeron la gran pesquera, el hito de la ingeniería para alimentar millones de bocas, al igual que ellas yo también me erosiono y de ahí vienen las arrugas, supongo. Es ridículo pensar que somos diferentes a una hoja de papel, a una estructura de metal o a una fruta: a todos nos consume el mero hecho de estar.
Durante estas épocas húmedas y frías he bebido más aunque prometí no hacerlo. He comido menos pero muy mal aunque prometí no hacerlo. Te confieso el día de hoy que estoy siendo irrespetuoso, estoy siendo un niño malo porque esas promesas no me las hice a mí mismo, sino que te las hice a ti y, por ende, cumplirlas depende mucho de tu presencia. Pero teníamos muchas ganas, antes de despedirnos aquel día en el aeropuerto, de que yo me fuera, de ponernos a prueba y de regalarnos ficciones a manos llenas.
Con todo, esta ciudad me recuerda todos los días que hay lugares mucho más tibios (tanto por dentro como por fuera) y también que estoy dispuesto a quedarme en tu mundo con todo lo que tienes: yo incluido en esas cosas. El único miedo que tengo es que, como siempre, no distinga qué queda de mí y dónde empieza la playa en la que nos estamos convirtiendo. Duelen las palabras a distancia: entre tanta arena no sé que soy y temo mucho, mucho, que me pase como esas playas mexicanas famosas hace décadas, donde las construcciones se han llenado de sal, donde las ventanas ya no se distinguen de los muros de tantas capas de polvo, donde la gente levanta la mano si escucha un ruido y sueña que hoy es 1980, 1993, 2001.
Ahora que tengo un tiempo solo, lejos de tu abrazo y de ti, durante el vaivén de los barcos y los insectos, me pregunto si perder los últimos pedazos mi juventud contigo será tan malo como lo es estarla perdiendo solo.
En fin, quiero terminar de describirte Chile y para ello es necesario afirmarte que llegaré cambiado: con un distinto temple y más sureño aún, con mucho más tiempo libre y con un aroma a pescado crudo que se extrae del mar todos los días, con este sentimiento perenne de no poderse quitar pedazos de escamas del cabello… este hedor me es tan ajeno a ti y a Asunción que estoy impregnado del recordatorio que ya no vivo en nuestro desierto verde.
Suena en mi cabeza la canción que me dedicaron, traducida del alemán:
Hoy aquí, mañana allá, apenas llegué, ya tengo que irme.
Nunca me he quejado.
Lo he elegido yo mismo, nunca conté los años,
nunca pregunté por el ayer y el mañana.
A veces sueño mal y luego pienso, que es hora de quedarse
y hacer otra cosa.
Así pasa año tras año y hace tiempo entendí,
que nada permanece igual,
que apenas me echan de menos, que me olvidan a los pocos días
cuando ya me he ido otra vez.
No me importa, tal vez mi cara permanecerá
en la mente de uno u otra.
Quiero paciencia con esta nueva persona que sabe estar triste después de acostumbrarse, que se encontró de vuelta con el mar y que, sobre todo, le ha agarrado el gusto a tener frío.
Yo tampoco sé quién es, como seguramente tú serás diferente.
Me aterra llegar y que las cosas sean muy distintas. Que el peso de tu cuerpo sea diferente, el toque de tus manos; buscar desesperado por entre las sabanas de nuestra cama el olor que tenía cuando eras un cachorrito durmiendo los domingos.
Cometí un error al tomar ese avión, amor. Lo cometí a propósito.
Concepcion. De concebir. Igual y por eso te extraño tanto, porque me cuesta concebirte lejos. Por eso chocamos esta ciudad y yo. Porque siempre he sido bueno asumiendo (por eso Asunción no me molesta) pero concebir por concebir, solo por fuerza de necesidad o de testarudez, concebir por la fuerza, es que eso no me suena bien…
Y sobre todo eso que te dije, encima de la distancia, del frío y el mito… amor, qué frío que está haciendo.